Desde muy joven el corazón de Chiquitunga ardía de amor a Jesucristo, y se consumía de celo apostólico: el deseo de colaborar con Jesús en su obra salvadora.
En sus escritos podemos admirar el ofrecimiento total y radical de su vida, de su corazón y aún de su cuerpo, a su amado Jesucristo. Primero en el apostolado activo y después en la vida contemplativa del Carmelo.
María Felicia, familiarmente "Chiquitunga", nació en la familia Guggiari Echevarría en Villarica, Paraguay el 12 de enero de 1925.
A los 16 años se alistó en las filas de la Acción Católica de la que fue miembro entusiasta y dirigente abnegada. Se consagró a servir a Dios. Lo encontró en los niños en la catequesis, en los jóvenes trabajadores o universitarios con sus problemas, en los pobres, enfermos y ancianos en sus necesidades materiales y espirituales. Trabajó primero en Villarica, luego en Asunción. Sobre aquellos tiempos de apostolado escribió:
En todos los trabajos que estoy realizando trato de poner el sello de nuestro espíritu cristiano, porque quiero que todo se sature de Cristo y donde quiera que sea pueda dejar un rayito de luz.
No sabría explicarle la ansiedad, el deseo intenso de trabajar exclusivamente, entregada en cuerpo y alma por causa de Cristo, al apostolado; sed, verdaderamente sed, tengo de una inmolación mas efectiva.
Logró un olvido total de si misma para entregarse a Dios y al prójimo. Su amor por los pobres y por los que sufren fue excepcional. Hablando de "sus viejitas" de Villarica escribe:
Nunca imaginé que sería tan feliz llevando consuelo a quienes con su dolor hacen posible nuestra vida... Recorriendo hogares, prodigando aunque sea tan solo una sonrisa como fruto espontáneo de la gracia palpitante en nuestras almas, encendido nuestro poco de Amor Divino. Ser apóstoles, Señor, que hermoso sueño".
Deseando ya entrar en el Carmelo, M. Felicia escribe:
Se me hacen tan largos los días y quisiera pasaran uno tras otro hasta ver llegada aquella maravillosa aurora en que, encerrada en las cuatro mas felices paredes que haya habitado en mi vida, ofreciendo sin cesar mi vida...
Felicia amaba de corazón el apostolado. Pero llegó el día en que Jesús la llamó para Sí en la vida contemplativa. Para ofrecerlo todo a Dios, a los 30 años, ingresó en el Carmelo de la Asunción (Paraguay). Tomó el hábito de Carmelita Descalza el 14 de agosto de 1955. Su camino fue ofrecerlo todo. Como
Santa Teresita de Lisieux y otras grandes hijas del Carmelo, la Hna. Felicia descubrió el secreto de la vida escondida para Jesús, vida sumamente fecunda que desborda en bendición para toda la humanidad. Cuentan que cierta Hermana había exclamado: "Apresurémosnos, porque el tiempo es oro", a lo que la sierva de Dios respondió con toda dulzura para no ofenderla: "No, hermana, el tiempo no es oro, es apostolado".
Vibraba en ella el amor apremiante de Cristo, la ternura filial a su "Madrecita", La Virgen María, la participación activa en la Eucaristía y en la misión evangelizadora de la Iglesia Católica.
Las Madres Carmelitas Descalzas de Asunción recuerdan: "En los cuatro años que la querida Hermana vivió entre nosotras se caracterizó por su gran espíritu de sacrificio, caridad y generosidad, todo envuelto en gran mansedumbre y comunicativa alegría"
La hepatitis infecciosa que ya había llevado a la tumba a una de sus hermanas, la obligó a internarse en un Sanatorio de la ciudad, en enero de 1959, por un mes y algo mas.
Estoy con estos sentimientos de que no ha de ser mucho lo que me falte para que Jesús, viendo sobre todo mi nada, me lleve pronto.
Aunque pide por su salud porque cree que todavía podrá servir a su Amado en la tierra, ella se pone totalmente en sus manos.
Enfermó de púrpura, una especie de derrame interno que producía en distintas partes del cuerpo y de la cara unas manchas de sangre; su médula ósea no elaboraba ya glóbulos rojos.
¡Jesús tomó de verdad la ofrenda! A lo que El disponga, lo digo con toda el alma y si El lo quiere sabe por qué!
Ya estoy esperando a Jesús, quisiera llenarme de sólo su amor y no vivir sino sólo pare El. Sólo espero cumplir su voluntad, no quiero otra cosa. Me he ofrecido a El como pequeña víctima, por los sacerdotes, por nuestra Sagrada Orden, por Nuestra Comunidad, por mis padres y familiares, en fin, por todas las almas".
Tenía un gran anhelo por encontrarse con su Divino Esposo. La Hna. Felicia recibió con mucha devoción el sacramento de los enfermos con todo su conocimiento. "He aquí Jesús, a tu pequeña esposa".
Murió el 28 de marzo del 1959, domingo de Pascua. Aproximadamente a las cuatro de la mañana, y con todos los familiares presentes, entra en agonía. Estaba rozagante, recuerda alguien. Pidió a la madre Priora y a otras dos Madres allí presentes, le leyeran el "
Muero porque no muero" de
Santa Teresa de Jesús (fundadora de la orden). Recostada en los almohadones parecía dormir. De pronto se yergue y con una energía no común exclama:
Papito querido, ¡qué feliz soy!; ¡Que grande es la Religión Católica!; ¡Que dicha el encuentro con mi Jesús!; ¡Soy muy feliz!"
Y sin borrársele la sonrisa:
Jesús te amo. ¡Que dulce encuentro! ¡Virgen María!
Luego una frase de despedida y consuelo a su madre y hermano y plácidamente su alma voló al cielo. En su rostro quedó estampada la dulce y característica sonrisa que le había animado en vida. Chiquitunga tenía 34 años de edad.
El 13 de diciembre de 1997 se inició su Proceso de Beatificación.
"Este Lirio de la Iglesia Católica en el Paraguay se convierte en nuestros días en llamado, ejemplo y compañía", nos dice Monseñor Felipe Santiago Benitez:
Llamado a los jóvenes y a personas de vida consagrada, a realizar su vocación cristiana, sea laical, sea religiosa, con valiente y generosa entrega;
Ejemplo de que es posible -y hoy necesario- con la fuerza de Dios, vivir la vocación bautismal y apostólica, en medio de las mayores dificultades y contradicciones, difundiendo alegría, esperanza y paz.
Máximas de la Hermana María Felicia de Jesús Sacramentado
Tenemos sus preciosos escritos en diarios, poesías y cartas. Escritos de espontaneidad amable, sencillos, penetrantes, nos revelan que ella vivió en plenitud su vocación bautismal de apóstol.
Renuevo ante Tí, Jesús Hostia, este deseo sincero e íntimo de inmolar mi vida en aras de tu amor
La últimas fuerzas de mi ser Tú me las diste y a Tí Señor, las vuelvo.
Todo mi afán está en trabajar hasta caer rendida, (como en algunas noches), y, aún rendida, seguir... hasta agotar las fuerzas por la Gloria de Dios y la salvación de las almas. Todo está entregado, y la consigna de la hora es trabajar hasta caer muerta, si es posible. Pero trabajar con espíritu en la más íntima y profunda unión con Dios.
Cuanto mas haya que hacer y donde estar, dando gota a gota de nuestra vida, tanto mejor, hasta que llegue el día ansiosamente esperado: en este momento mi papel no es otro que recibirlo todo con calma, como todo venido de la Providencia y no traicionar a la Causa."
Ofrecimiento de dolores:
Anoche, qué feliz me sentía al poder darme Dios la gracia de ofrecerle los dolores que sentía. No me he quejado un instante, antes bien, Señor, tú sabes cómo te lo ofrecía y sobre todo por esta nuestra decisión sublime de entrega total.
...pero Dios me ha dado la gracia grande de ofrecer agradecimiento, sin quejarme en nada y tratando de sonreir... No obstante, Jesús mío, sigo ofreciendo uno a uno, gota a gota, este cáliz por nuestro apostolado, ¡por tu gloria!
Me siento bastante decaída a veces. Ya lo sabes, mi Dueño: cuando quieras, lo que quieras...
Como te agradezco, Señor, (este malestar físico intenso), íntegramente todo te ofrezco, Señor, por tu gloria y salvación de nuestra alma y, junto con la nuestra, la de miles de almas más.
Pronto comprendió que sin santidad no era posible el apostolado, es decir, la conversión de las almas.
Es necesario santificarnos para poder dar algo a los demás
Ofreciendo los recuerdos
Muchos son los recuerdos que tratan de avasallarme, ¡Jesús mío! ¡Cuanto en verdad me gustaría vivir, unos instantes, aquellos que serían imborrables! Pero con toda calma, con la generosidad más amplia, Tú ves cómo te los he ofrecido, ofreciéndote a cada instante todos los trabajos, luchas, angustias, cansancios de estos días.
Ofreciendo los trabajos
Jesús mío, con toda el alma, con la generosidad más amplia, Tú ves cómo te los he ofrecido, ofreciéndote a cada instante todos los trabajos, luchas, angustias, cansancios de estos días
Ofreciendo las soledades
Estoy pasando unos días de verdadera preocupación: un tanto el desaliento y otro tanto la tristeza de esto que llamo soledad, han querido envolverme sin más ni más en sus redes. Por ello mismo multiplico mis defensas: el trabajo desplegado es el más intenso. Y cómo cuesta ofrecer, Señor; esto ya estaba ofrecido.
Hay momentos verdaderamente desoladores, que si no fuese por ese ideal que abrazo...yo no sé si hubiera resistido sin desesperarme. Pero Nuestro Señor es incalculablemente generoso para conmigo, pues, cuando ya va a ser, según mi parecer, imposible seguir soportando, de cualquier lado me hace llegar una palabra, un gesto, una sonrisa que vuelve a levantarme.
Señor, Tú sabes cómo recibo tus pruebas, no permitas que flaquee en nada, acepta en cambio todos mis esfuerzos y desvelos, y dame en cambio, Dios mío, un verdadero espíritu de oración, sacrificio y acción.
Ofreciendo la propia voluntad
Mi papel no es otra cosa que hacer que se cumpla en mí la voluntad del Padre Celestial, aunque esa Voluntad para conmigo parezca y sea muchas veces tan dura
No hago sino tratar de realizar en mi lo que la Divina Providencia disponga... Yo pienso que una sola vez se ama en la vida. Porque amor es darse, prodigarse...
Padre, acepta para tu gloria la entrega total de mi ser en unión con el perfecto holocausto de tu divino Hijo. En El, por El y con El quiero vivir, amar, creer, sufrir, y morir. Elijo su Corazón como lugar de mis eterna morada.
Se acostumbró a repetir una breve jaculatoria:
Yo te doy gracias, mi Dios, y quisiera poder en todo y siempre decir: ¡Si, Padre!, conformando a Tu divina Voluntad mi pequeña voluntad.
De la Química aprendió a hacer una fórmula a modo de lema:
T2OS: Todo te ofrezco, Señor.
"¿Donde podré darme, Jesús, sin medida?"
...En este momento, en que como nunca, con un ardor inigualable, quisiera darme, darme, Jesús, Maestro amado, sin medida, Esposo de mi alma, Tú que conoces mis ansias de apostolado, de celo por la salvación de las almas, ayúdame que sepa donde quieres la consagración integral de todo mi ser..."
¿Cual será mi lugar en esta entrega total? Cuánta sed tengo de esa entrega y hay tantas cosas por delante. He procurado en todo momento, Jesús mío, encontrar tu voluntad y de acuerdo a ella actuar.
Estoy dando todo lo que soy... y entonces es cuando con ansiedad inmensa quisiera estar ya en mi lugar definitivo, libre de todas las cosas que nos atan y vivir la plenitud de una vida integralmente ofrecida.
Ansias del Amor Infinito
Que mi vida naufrague en el mar infinito de su amor.
Dame, Señor, fuerzas suficientes y sobre todo sublima cada día más y más este amor. ¡Purifica mis ansias, mis anhelos, Señor! y haz que este ardor de mi corazón se trueque en una sed intensa de unión contigo, Dueño amado de las almas, de intenso renunciamiento. Vivir solo para Tí, por Tí y en Tí.
Si es necesario, Señor, arranca mi corazón, lo que tu quieras, si ya no es mío. ¡Toma, Señor, que es tuyo este pobre corazón!
¡Tengo sed de su amor! Un ansia extraña de entrega total, de inmolación silenciosa y escondida.